Por
Pablo Kohan para La Nación - 11 de Noviembre de 2001
Ver artículo completo en
https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/mi-hermana-martha-br-juan-manuel-argerich-nid212477/
Juan Manuel tiene 56 años, cuatro menos que
su hermana. A pesar de que Martha ya había ofrecido su primer concierto antes
de que él naciera, conoce todos los pormenores de sus comienzos.
Juan Manuel tiene 56 años, cuatro menos que
su hermana. A pesar de que Martha ya había ofrecido su primer concierto antes
de que él naciera, conoce todos los pormenores de sus comienzos. "Ella
concurría a un jardín de infantes. Había una maestra que, a la hora de la
siesta, les tocaba el piano para que las criaturas se fueran durmiendo. Un día
la maestra vio cómo, con un dedo, Marthita estaba repitiendo las melodías que
ella tocaba y habló con mi mamá. Mis padres le compraron un pianito de juguete.
Martha lo probó, no le gustó y lo destrozó. En ese momento, papá, que estuvo
iluminado, en vez de enojarse, decidió que había que comprarle un piano de
verdad. Todavía no tenía 3 años."
La vida familiar como tal también sufrió
por el piano. En mi caso, cuando cumplí 6 años, fui enviado a vivir con mis
abuelos. Mis padres creían que yo la distraía. Nos queríamos muchísimo. Yo
tengo recuerdos saliendo con ella al Botánico, al cine, siempre con dos tías
que nos acompañaban. También me acuerdo cuando íbamos a empaparnos con pomos a
los carnavales de Belgrano. Papá era radical y mamá, peronista. Con papá
pegábamos obleas por Balbín-Frondizi. Pero la vida estaba en función de Martha
y el piano. A los 10 u 11 años, cambió de profesor. Scaramuzza era muy riguroso
y Martha no se sentía cómoda. Entonces comenzó con Francisco Amicarelli. Más
adelante, también estudió con Carmen Scalchione.
Martha
y Perón, en la Casa Rosada
En 1954, Martha tenía 13 años, ya había
tocado en el Colón y estaba ávida de nuevos horizontes. Su madre también veía
que el panorama argentino no era el más oportuno para desarrollar su talento.
La familia Argerich era de clase media. El era contador, ella taquígrafa. No
había ninguna posibilidad para emprender alguna aventura heroica. Pero hubo una
solución política para el asunto. El arquitecto Sabaté, que era el intendente
de Buenos Aires y un hincha fanático de Martha, logró interesarlo a Perón. Un
día, en la casa de la calle Obligado, sonó el teléfono.
Era de Presidencia de la Nación y la citaban a la niña para ir a los dos días a una audiencia con el presidente, en la Casa Rosada, en el extrañísimo horario de las 7 de la mañana. Madre e hija acudieron al encuentro. Juan Manuel, a quien llamaban Tirano, por Rosas, prefirió no enfrentar a su detestado enemigo político. Perón fue muy diligente, muy agradable. Apenas comenzaron a conversar, Juana le explicó que, a cambio de alguna ayuda económica, Marthita estaba dispuesta a tocar algún concierto para la UES o lo que él considerara oportuno. Perón la interrumpió: "Pero no, señora, por favor, Martha está para otras cosas". Y ahí nomás, le preguntó: "Ñatita, decíme, ¿adónde querés ir?" Martha le dijo: "A Viena". "¿No querés ir a Estados Unidos?" "No, no, a Viena". "Muy bien, pero, por qué". "Porque ahí está Friedrich Gulda, la persona con la que quiero estudiar". "Bueno, así se hará." Y Perón se dirigió a Juana: "Señora -y le hizo un guiño cómplice a Marthita-, yo sé que su marido no comulga con nosotros. Pero igual le vamos a dar un trabajo en la embajada de Viena. Y quiero que usted, que es una persona muy capaz e inteligente, también colabore en este proyecto. La familia no tiene que disgregarse". Como consecuencia de las órdenes que impartió Perón, Juan Manuel Argerich fue nombrado en un cargo diplomático, a su esposa le asignaron una tarea administrativa en la embajada, un pequeño Cacique de 9 años retornó al seno familiar y Martha, que por un día fue Ñatita, marchó a su encuentro con Gulda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario