miércoles, 29 de diciembre de 2010

Cultura: los techos del bienestar


En la edición de El Observador Cultural del 22 de octubre pasado, sostuve la necesidad de instalar un debate acerca del rol del Estado en relación a las Políticas Culturales. Al respecto, he planteado extensamente mis puntos de vista en el artículo publicado por el diario La Capital del 2 de Enero de 2010: “Transformar o administrar en Cultura”, pero el tamaño de la demanda social, las expectativas transformadoras y la imperiosa necesidad de avanzar en estándares de inclusión superadores con relación a los que actualmente visualizamos, nos imponen una “agenda inevitable”: los recursos, aunque muchos, son insuficientes.


La Política Cultural, en consecuencia y aunque no lo parezca, está en crisis.
( http://www.lacapital.com.ar/contenidos/2010/01/02/noticia_0066.html ).

No hay dudas que el Estado tiene responsabilidades con la cultura, y la Política Cultural es la herramienta mediante la cual expresa su visión y vertebra acciones.

El siglo XX nos dejó distintas experiencias que es bueno analizar.

El capitalismo del siglo XIX delegó en el mercado, la beneficencia y el mecenazgo la mayor parte de las responsabilidades. Esa fue la base del modelo: el Estado abstencionista.

La propuesta del Estado Colectivista capotó en 1989 con la caída del Muro de Berlín y se confirmó en 1991 con la disolución de la URSS.

Como oferta intermedia entre ambas propuestas, el Estado de Bienestar de base europea apareció en escena como uno de los impulsores de la expansión de la oferta cultural pública asumiéndose como agente redistribuidor de recursos transformados en servicios culturales tras la búsqueda de mayores niveles de construcción de ciudadanía.

Dedicamos la totalidad de la información de este número de El Observador Cultural al análisis del estado de salud del Estado de Bienestar en el marco de la actual crisis europea que es, además, la crisis del mundo central.

Insisto en meter manos a la obra con la “agenda inevitable”.
¿Cuál será la Política Cultural y el Modelo Estatal capaces de desatar este nudo de demanda infinita y recursos finitos?.
¿Cómo serán y en qué invertirán su tiempo y sus energías los nuevos liderazgos?.
¿Cómo se financiará la inclusión social con la misma plata y cómo se asignará sustentabilidad a los proyectos?.
Menos sueños y oferta sofisticada.
Más oído, tiempo y paciencia.
Menos gasto y más inversión.
Más capacitación, menos cuentapropismo estatal.

El camino asociativo entre Estado, empresas e industrias culturales y todo el amplio espectro del universo ONGs., ofrece horizontes basados en la co-responsabilidad, en los que cada peso vale por tres, o más. No hemos indagado aun seriamente estas opciones. Pero la “agenda inevitable”, justamente por serlo, nos ofrece oportunidades para la reflexión aunque no hay garantías de cuánto tiempo disponemos.

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