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Revista
BARULLO (*) 06 / 07 / 2021
Las
idas y vueltas de un espacio emblemático de la ciudad, que tardó demasiado
tiempo en consolidarse como el auténtico símbolo que es.
Los ojos de ese
hombre tenían un brillo especial. Su cuerpo era menudo y erguido. Su voz
potente y bien timbrada le permitió presentarse: “Soy Ricardo Julio Grau,
inventor del Anfiteatro”.
Resultó ser que
don Ricardo, allá por su juventud en 1949, recién egresado del Instituto
Superior de Comercio y activo participante de las luchas estudiantiles, había
sido electo concejal de la ciudad por el radicalismo.
Cuando niño, y
ya adolescente, acostumbraba ir a las barrancas del Paraná para jugar a la
pelota. Vivía en la zona de San Luis y Laprida. Fue allí cuando comenzó a
delinear su inspiración junto al río: tener en Rosario un teatro griego donde
poder disfrutar de obras teatrales y musicales en un espacio natural, ideal, al
modo de Epidauro.
No estaba
desubicado el joven edil. Por esos años comenzaba la recuperación del
Anfiteatro del Bosque de Berlín, que venía de sufrir las consecuencias de la
Segunda Guerra Mundial luego de haber sido sede de los Juegos Olímpicos de 1936
durante el Tercer Reich. Nada tenían que envidiar nuestras barrancas a la
cuenca natural formada por un antiguo glacial del Berliner Waldbühne.
El proyecto de
creación del futuro Humberto De Nito fue acompañado con la firma de otros dos
jóvenes concejales radicales: Enrique Spangenberg y Eugenio Malaponte. El
orgullo de Grau pasaba por haber sido éste un proyecto iniciado en el Concejo
Municipal y luego remitido al Ejecutivo.
Comenzaba así la
primera gran travesía de esa magnífica obra que vivió distintas mutaciones y
vio pasar varias gestiones e intendentes. En la catarata de palabras que salían
de la boca de Grau, cargadas de emoción y múltiples recuerdos, ese catalán
parlanchín siempre mencionaba con respeto la gestión del intendente Luis
Beltramo. Por el lado de la administración municipal tuvo una fuerte incidencia el arquitecto Fernando
Liberatore. Finalmente el estudio Giménez Trafuls y Solari Viglieno (que luego
tendría a su cargo la construcción del Centro de Prensa Mundial 78, actual
Centro Cultural Roberto Fontanarrosa) gestionó la obra y dio forma al proyecto
tal como hoy lo conocemos.
Las obras
comenzaron durante la intendencia de José Lo Valvo entre 1951 y 1952 y de las
gestiones que se destacan por haber impulsado el proceso encontramos la de Luis
Cándido Carballo, que entre los años 1961 y 1962 construyó las gradas de
hormigón armado, y luego Luis Beltramo, quien se ocupó del embellecimiento de
los sectores adyacentes, con excavaciones y terraplenamiento para rampas de
acceso y muros de contención. El 27 de diciembre de 1970, el diario La Capital
informaba que esa noche sería habilitado el Anfiteatro Municipal con la
actuación de Astor Piazzolla, Amelita Baltar y Horacio Ferrer en medio de sus
éxitos discográficos Balada para un loco y Chiquilín de Bachín. Pero
lamentablemente una violenta tormenta impidió la realización del concierto y
Piazzolla debió presentarse en el Teatro El Círculo.
Dura espera para
el Anfi, y una prensa cargada de ansiedades metía presión aun en duros tiempos
de dictadura militar. Fue 1971 el año en que Pablo Benetti Aprosio (quien
asumió la intendencia de Rosario en sintonía con la asunción del general
Alejandro Agustín Lanusse en la presidencia de facto), inauguró el teatro griego,
poco tiempo después denominado Anfiteatro Municipal Humberto De Nito.
Hasta aquí, una
obra pública. Pero con el correr de los años, en la única ciudad argentina de
gran porte que no es capital de provincia, donde los grandes teatros y
auditorios son propiedad de asociaciones civiles y fundaciones, el Anfiteatro
se convirtió en el espacio público por excelencia junto al Monumento Nacional a
la Bandera. Por su escenario desfilaron múltiples y variadas expresiones
musicales que dejaron noches memorables junto a un público que poco a poco se
fue enamorando del lugar.
Llegar no era
tan sencillo como ahora, pero la gente con su silla reposera llegaba caminando,
muchas veces, sin saber quién actuaba. El Anfi convocaba. En términos de
marketing, este teatro a cielo abierto fue fidelizando a su clientela.
Durante los
primeros años de democracia y casi toda la década del ochenta no hubo
modificaciones, pero a partir de allí la ciudad comenzó a vivir una era de
grandes obras públicas que opacaron su existencia. El Anfiteatro resistió.
En 1993 y
conmemorando una fecha muy importante para la agenda internacional española –el
quinto centenario del descubrimiento de América, denominación que dio lugar a
múltiples y justificados debates–, se colocó la piedra fundamental con la
visita de los reyes de España, y finalmente durante la gestión de Héctor
Cavallero se inauguró el Centro Cultural del Parque de España (CCPE). Luego
llegaría el Heca y también los nuevos edificios que alojaron la administración
municipal descentralizada. Con el CCPE llegó el modelo “centro cultural”,
heredero de las casas de cultura fundadas por André Malraux en Francia durante
la década del sesenta, esta vez de la mano del arquitecto catalán Oriol
Bohigas.
El anfiteatro,
mudo y paciente, aguardaba su momento. Diría Scalabrini: “Está solo y espera”.
Y fue la sociedad rosarina la que llamó la atención de un adormilado Ejecutivo
municipal.
Bastó una
convocatoria del Sindicato de Músicos de Rosario para visibilizar la situación.
Un relevamiento fotográfico motorizó una campaña de colecta de firmas que subió
el Anfiteatro a la agenda. Corría por entonces el año 2008 y la gestión de
Miguel Lifschitz. Se realizaron reparaciones básicas imprescindibles puesto
que los desagües del parque Urquiza a la
avenida Belgrano se habían descalzado, el agua comenzaba a producir
desmoronamientos en la barranca y la grada del anfiteatro comenzaba a ceder.
Casi
simultáneamente apareció otro rutilante competidor y el Anfi volvió a un cono
de sombras: el Puerto de la Música. Pero esta obra no llegó a concretarse.
Impericia local y malicia nacional fueron una mezcla insostenible para un
proyecto tan excepcional como controvertido. Una pena. Habría sido un compañero
ideal para el nacimiento del “Camino de la Música”.
Aunque el proceso
no fue lineal. En sucesivas campañas públicas hubo compromisos políticos por
parte de miembros del Concejo, entre ellos, el proyecto de la concejala Daniela
León del 1º de junio de 2009. El artículo 2º decía: “Encomiéndase al
Departamento Ejecutivo Municipal para que a través de la repartición
correspondiente lleve adelante en un plazo perentorio de sesenta días contados
a partir de la aprobación el presente, las obras de reparación necesarias para
el normal funcionamiento del Anfiteatro Municipal Humberto de Nito.
Incorporando en las obras la construcción de rampas que permitan el
desenvolvimiento autónomo en el mismo por parte de personas que posean algún
tipo de discapacidad”.
El expediente no
prosperó.
Grau reclamaba
una sesión del Concejo en el mismo anfiteatro por ser el originador del
proyecto en los años cincuena, pero su
pedido tampoco prosperó. Sus energías ya no eran las mismas y al poco tiempo
falleció. El 14 de junio de 2013, por iniciativa del Sindicato de Músicos de
Rosario, el Concejo presidido por Miguel Zamarini declaró “Ciudadano
Distinguido Post Mortem a don Ricardo Julio Grau”. Tarde, muy tarde. El Anfi,
como nunca, quedó elaborando su duelo en soledad.
Nuevas
iniciativas desde el Concejo corrieron la misma suerte. Primero fue Roberto Sukerman (29 de marzo de 2015)
proponiendo la creación del Centro Cultural Anfiteatro Municipal Humberto De
Nito, y luego Diego Giuliano (decreto
47318 del 27 de octubre de 2016) quien puso su atención en el pésimo proyecto
de bar impulsado por el Ejecutivo (hoy reducido a un montón de escombros).
El año 2015
encontró a los rosarinos con un proceso electoral en ciernes. En ese contexto,
el Ejecutivo puso en marcha un plan de obras públicas que incluyó instalaciones
dependientes de la Secretaría de Cultura. La vieja guardia de los organismos
culturales, antes postergados, cobró notoriedad con importantes inversiones. El
Centro Cultural Fontanarrosa, la Escuela de Danzas y Arte Escénico Ernesto
Larrechea, la Biblioteca Argentina y el Museo de Bellas Artes Juan B.
Castagnino fueron beneficiarios del plan. También fue incluido el Anfiteatro.
Comenzó a alumbrar el sol de una nueva etapa.
Se invirtieron
trece millones de pesos y las obras, entre infraestructura y equipamientos,
fueron las siguientes: ejecución de una cubierta metálica para el escenario con
una superficie de 400 metros cuadrados; nuevo cableado y luminarias en las
escalinatas de ingreso; reconstrucción de la carpeta de piso en el ingreso del
público por avenida Belgrano; remodelación de baños, camarines y oficinas
internas; construcción de nuevos baños públicos accesibles; remodelación de
escenario; pasarelas de servicio; rampas de accesos de equipos; enrejado
perimetral de cerramiento del predio con los portones de acceso
correspondiente; habilitación de una nueva puerta privada de ingreso y egreso
de artistas.
La democracia
tardó treinta y cinco años para asumir la necesidad de esta obra, tan
importante como insuficiente. Pero alcanzó para poner al Anfi en la agenda
privada, sumando oferta de espectáculos a los ya existentes propios de la
programación municipal. Así las cosas, como habiendo recibido una dosis de
ginseng, el sueño de don Ricardo Grau, pandemia mediante, se convirtió en la
niña bonita del verano rosarino. Gracias a la ventilación provista por el río
Paraná, cobijó más de treinta shows entre fines de enero, febrero y marzo. El
público lo reconoció con asistencia perfecta, el tiempo acompañó y los
protocolos marcaron el ritmo de las noches.
Muchas gracias,
Ricardo Julio Grau, ciudadano ilustre, muchas gracias Rosario por todo lo que
nos das y pocas veces vemos. Y muchas gracias, Anfiteatro Municipal Humberto De
Nito, un modelo rosarino para exportar.
(*) Publicado en la ed. impresa #14