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Página I 12
Rosario 12 18 / 12 / 2019
En Julio de 2011 aparecía el N° 1 de 32pies que con una sorprendente calidad editorial y la dirección de Reynaldo Sietecase comenzaba a esbozar el perfil comunicacional del Puerto de la Música: ese manifiesto de arquitectura contemporánea a la vera del Paraná nacido de la genialidad de Oscar Niemeyer, “un hombre venido del mañana” como afirmaría Chiqui González en una de las notas.
Tuve la suerte de participar en
32pies dejando mis “Preguntas y desafíos” entendiendo que la apelación a la
palabra Puerto conllevaba un conjunto de significados que abrían múltiples y
diversos caminos. La idea de Puerto es harto más compleja que el Palau para
valencianos y catalanes, el Domo cordobés, el Luna Park o los teatros y
auditorios del modelo siglo XX. Puerto implica tranzabilidad, mercado,
circulación de bienes y servicios culturales, balanza comercial y, habiendo
presencia estatal, Puerto impone desarrollo local. Esta dimensión, aun por
encima de la extraordinaria arquitectura, es la que otorga relevancia y originalidad
al proyecto.
En setiembre de 2009, casi
contemporáneo con 32pies, Alex Ross publicaba “The rest is noise”, libro con el
cual fue finalista del Premio Pulitzer. Allí afirmaba que a finales del siglo
XVIII, el 84% del repertorio de la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig estaba
integrado por música de compositores vivos. En 1855, ya la cifra había
descendido al 38%. Luego, dice Ross, “la música clásica se ha estereotipado
como un arte de los muertos. Un repertorio que empieza con Bach y termina con Mahler
y Puccini. Algunas personas se muestran a veces sorprendidas al enterarse que
los compositores siguen componiendo”.
Surgía entonces para mí la primera
pregunta: ¿el Puerto de la Música será un gigante con arquitectura
vanguardista, lujo y tecnología de última generación con músicas del siglo XIX?
Tampoco podíamos saber cómo se posicionaría ante otros desafíos. Su
emplazamiento sería sinónimo de transformación, algo que en tiempos de
globalización implica tensiones.
En su libro “Músicas locales en tiempos
de globalización”, Ana María Ochoa sostiene que “el tema de la transformación
de las músicas locales es polémico ya que conjuga muchos de los cambios de
nuestro tiempo: el sentido estético de lo local para un mundo globalizado; la
resignificación de los sonidos en un mundo digital; las nuevas relaciones entre
lugar, sujeto y producción simbólica; la relación entre cultura, música y
política, para mencionar sólo algunos”. ¿Tendría el Puerto de la Música
suficiente soporte de política cultural para abordar semejantes desafíos? No se
puede predecir, pero da la sensación que su aparición en escena vendría a
acelerar los tiempos.
Entretanto, poco a poco, los
distintos actores locales van tomando posiciones. Había en algunos una idea de
“salón de fiestas” pretendiendo recrear escenarios europeos a pocas cuadras de
casa. Otra idea giraba en torno a la explotación comercial del Puerto de la
Música. Discretamente, se indagaban algunas agendas: Plácido Domingo, por
ejemplo. Por su parte, funcionarios del Estado y enamorados de lo público se
imaginaban allí cumpliendo “sus” sueños: producir aquí, a lo grande, con
financiamiento estatal.
No había grandes inconvenientes para
que estas visiones convivan en un ámbito de las características del Puerto de
la Música, sólo que ninguna concurre a la solución de los conflictos
principales: cómo establecer una relación entre sonidos locales y globalización
que transforme y actualice profundamente el sensorium de lo musical, y cómo
lograr una balanza comercial equilibrada, si fuera posible superavitaria en
términos transaccionales, pensando en el producto “local” como marca
constitutiva.
El Puerto de la Música “no fue”, pero
imprevistamente quienes pensamos la cultura de la ciudad nos enredamos en
intensos debates. Nace una gestión. ¿Habrá intensos debates o sólo pamplinas
verbales?
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