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La Capital / Opinión 23 / 08 / 2019
Miradas. La crisis de 2001 mostró la
creatividad, el empuje y el compromiso de los rosarinos. Una experiencia que no
debe desaprovecharse.
Corrían los primeros días de 2002 y
luego de las jornadas sangrientas de diciembre que culminaron con la renuncia
del presidente Fernando de la Rúa, asumía Eduardo Duhalde la presidencia de la
Nación. "La Argentina está quebrada, con un Estado imposibilitado de pagar
sueldos y jubilaciones", sostenía el nuevo presidente ante la Asamblea
Legislativa. Su ministro de Economía, Jorge Remes Lenicov, definía un paquete
de medidas para afrontar los primeros tramos de la crisis: salida de la
convertibilidad y devaluación del peso, impuesto especial para los exportadores
y las privatizadas, emisión de tres mil millones en bonos Lecops para atender
los gastos más urgentes del fisco.
En Rosario la presión social se hacía
sentir en las calles a puro cacerolazo y los empleados municipales comenzaban
un plan de lucha por el cobro de sueldos y aguinaldo. La espalda del intendente
Hermes Binner y la de algunos hombres del Concejo sostuvieron con templanza los
cimbronazos de la crisis. Otros, lamentablemente, no estuvieron a la altura
esperada.
Binner decretaba un receso
administrativo en todo el ámbito municipal hasta el 1° de febrero con el
objetivo de reducir el gasto manteniendo guardias mínimas en áreas de salud y
promoción social. Para Cultura el cierre abarcó: Granja de la Infancia, Jardín
de los Niños, Anfiteatro, museos, Biblioteca Argentina, Centro de la Juventud y
centros culturales.
A nivel nacional, acosado por
conflictos económicos y judiciales, se dudaba de la realización del Festival de
Cosquín. Es que Cosquín no era una isla. Destacaba La Capital en su edición del
14 de enero de 2002: "Desde la defección de Paisajes SA, la empresa de
Julio Maharbitz, Norberto Baccón y Palito Ortega que se retiró de la
organización del encuentro, la Comisión de Folclore Municipal de Cosquín asumió
la responsabilidad de organizarlo con un horizonte poco menos que desolador: el
municipio, que respalda la organización, atraviesa la mayor crisis de su
historia con deudas por 20 millones de dólares y la totalidad de su parque
automotor secuestrado por sus acreedores". Pero en esta catarata
desesperante de malas noticias comenzaron a tejerse algunos intercambios
porque, como siempre, la sociedad es mucho más que el Estado.
El secretario de Cultura, Marcelo
Romeu, inició consultas con productores locales del espectáculo para intentar
salvar el histórico ciclo del Anfiteatro Municipal "Rosario bajo las estrellas".
Quién tuvo la voluntad de aceptar el desafío fue Guillermo Gotfried, joven
empresario local de medios y titular de la productora Sin Red, que acompañado
por Loli Boeri comenzó a alinear voluntades y poner la maquinaria en marcha.
Finalmente se conoció el nuevo diseño de articulación público-privado que
permitió a Rosario salvar parte de la temporada de verano: "El contrato
estipula que se ofrecerán seis shows pagos (con entrada) a cargo de la
productora, que además solventará los gastos técnicos respectivos: logística,
luces y sonido. Por su parte Cultura ofrecerá el personal técnico, el
anfiteatro y tendrá derecho a un porcentaje del borderaux. Además, la
productora se compromete a dejar instalada toda la estructura técnica de los
viernes para ser utilizada los sábados", informaba Orlando Verna en su
columna de La Capital del 3 de febrero de 2002. Los artistas bajaron sus
cachets y nadie cobró por adelantado.
La entrada, que en épocas normales
costaba 20 pesos (o dólares en tiempos de convertibilidad) costaría cinco
pesos, ya no convertibles, y algo muy importante: aceptaban Lecops. Los días
viernes de febrero y marzo darían su show los grosos: Juan Carlos Baglietto y
Lito Vitale, que presentaron disco: "Qué más hacer en esta tierra incendiada
sin cantar"; The Beats, León Gieco, Victor Heredia, Alejandro Lerner y Los
Palmeras. Los sábados arrancarían, con entrada gratis, La Bonzo Blues Band,
Caburo y La Rocanblues y Undercover. Luego sería el turno del tango, el chamamé
y otros géneros musicales.
Estuve como público varias de esas
noches: fueron maravillosas en medio de tanta angustia. Preparando este trabajo
entrevisté a varios de los actores de esta gesta: Guillermo Gotfried, Loli
Boeri, Héctor Aguilera, Juan Monfrini, Alejandro Tejeda. Todos tuvieron un
magnífico recuerdo.
En enero de 2003 ya la economía
manifestaba alguna recuperación, aunque la deuda interna era enorme. Pero
aparecía un nuevo drama: el escenario electoral, que para nada ayudó a calmar
los espíritus. Volvió el asueto municipal y Cultura bajó las persianas durante
enero. El esquema de coproducción se repitió, esta vez con una programación más
ambiciosa: Luis Alberto Spinetta, Ratones Paranoicos, Rubén Rada, Argentina
Quiere Cantar (Heredia, Gieco y Mercedes Sosa), Luis Salinas y Baglietto-Vitale.
Todo, en medio de una discusión entre Binner y Joan Manuel Serrat y la
deserción de Mercedes por problemas en su ya deteriorada salud.
Fueron tiempos muy ricos en acciones
valientes propias de actores profundamente impresionados por las circunstancias.
La actual ministra de Innovación y Cultura provincial, por entonces
Coordinadora de Educación Municipal, María de los Ángeles González, en un
extenso reportaje de Silvina Dezorzi dejaba algunos conceptos para la
reflexión. Sobre la gestión cultural público-privada dijo: "Conviven todo
el tiempo, aunque no sé si del modo más articulado. A veces van por caminos
paralelos y otras, muy cruzados. Pero recordemos que lo privado no son sólo las
grandes empresas: también son privadas la autogestión, las cooperativas, una
especie de tercer sector. Y un sistema cultural debe articular esas
fuerzas". La entrevista es una pieza para leer completa. Le puso palabras
a la crisis y en esto se diferenció del conjunto del funcionariado.
Entiendo que todas las personas
mencionadas, más músicos y técnicos participantes, periodistas que intentaron
reflejar el momento, funcionarios y hombres y mujeres de gobierno, deben ser
reconocidos por su coraje sin especulaciones. Fueron políticas culturales en
tiempos de default.
Hoy, gran parte de la dirigencia
política sostiene que Argentina, desde el momento en que acudió al FMI, ya está
técnicamente en default. Otros piensan que lloverán los dólares que necesitamos
para afrontar los compromisos externos. En uno u otro caso, convendría que las
autoridades electas tengan a mano un Plan de Emergencia Cultural y convocar a
los Boeri, Gotfried y compañía para transmitir esa valiosa experiencia a una
generación de gestores culturales poco acostumbrados a semejantes sobresaltos.
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