miércoles, 2 de marzo de 2022

Anfiteatro Humberto De Nito: Un modelo rosarino para exportar

 

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Revista  BARULLO (*)    06 / 07 / 2021

Las idas y vueltas de un espacio emblemático de la ciudad, que tardó demasiado tiempo en consolidarse como el auténtico símbolo que es.

 

Los ojos de ese hombre tenían un brillo especial. Su cuerpo era menudo y erguido. Su voz potente y bien timbrada le permitió presentarse: “Soy Ricardo Julio Grau, inventor del Anfiteatro”.

Resultó ser que don Ricardo, allá por su juventud en 1949, recién egresado del Instituto Superior de Comercio y activo participante de las luchas estudiantiles, había sido electo concejal de la ciudad por el radicalismo.

Cuando niño, y ya adolescente, acostumbraba ir a las barrancas del Paraná para jugar a la pelota. Vivía en la zona de San Luis y Laprida. Fue allí cuando comenzó a delinear su inspiración junto al río: tener en Rosario un teatro griego donde poder disfrutar de obras teatrales y musicales en un espacio natural, ideal, al modo de Epidauro.

No estaba desubicado el joven edil. Por esos años comenzaba la recuperación del Anfiteatro del Bosque de Berlín, que venía de sufrir las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial luego de haber sido sede de los Juegos Olímpicos de 1936 durante el Tercer Reich. Nada tenían que envidiar nuestras barrancas a la cuenca natural formada por un antiguo glacial del Berliner Waldbühne.      

El proyecto de creación del futuro Humberto De Nito fue acompañado con la firma de otros dos jóvenes concejales radicales: Enrique Spangenberg y Eugenio Malaponte. El orgullo de Grau pasaba por haber sido éste un proyecto iniciado en el Concejo Municipal y luego remitido al Ejecutivo. 

Comenzaba así la primera gran travesía de esa magnífica obra que vivió distintas mutaciones y vio pasar varias gestiones e intendentes. En la catarata de palabras que salían de la boca de Grau, cargadas de emoción y múltiples recuerdos, ese catalán parlanchín siempre mencionaba con respeto la gestión del intendente Luis Beltramo. Por el lado de la administración municipal tuvo  una fuerte incidencia el arquitecto Fernando Liberatore. Finalmente el estudio Giménez Trafuls y Solari Viglieno (que luego tendría a su cargo la construcción del Centro de Prensa Mundial 78, actual Centro Cultural Roberto Fontanarrosa) gestionó la obra y dio forma al proyecto tal como hoy lo conocemos.

Las obras comenzaron durante la intendencia de José Lo Valvo entre 1951 y 1952 y de las gestiones que se destacan por haber impulsado el proceso encontramos la de Luis Cándido Carballo, que entre los años 1961 y 1962 construyó las gradas de hormigón armado, y luego Luis Beltramo, quien se ocupó del embellecimiento de los sectores adyacentes, con excavaciones y terraplenamiento para rampas de acceso y muros de contención. El 27 de diciembre de 1970, el diario La Capital informaba que esa noche sería habilitado el Anfiteatro Municipal con la actuación de Astor Piazzolla, Amelita Baltar y Horacio Ferrer en medio de sus éxitos discográficos Balada para un loco y Chiquilín de Bachín. Pero lamentablemente una violenta tormenta impidió la realización del concierto y Piazzolla debió presentarse en el Teatro El Círculo.

Dura espera para el Anfi, y una prensa cargada de ansiedades metía presión aun en duros tiempos de dictadura militar. Fue 1971 el año en que Pablo Benetti Aprosio (quien asumió la intendencia de Rosario en sintonía con la asunción del general Alejandro Agustín Lanusse en la presidencia de facto), inauguró el teatro griego, poco tiempo después denominado Anfiteatro Municipal Humberto De Nito.

Hasta aquí, una obra pública. Pero con el correr de los años, en la única ciudad argentina de gran porte que no es capital de provincia, donde los grandes teatros y auditorios son propiedad de asociaciones civiles y fundaciones, el Anfiteatro se convirtió en el espacio público por excelencia junto al Monumento Nacional a la Bandera. Por su escenario desfilaron múltiples y variadas expresiones musicales que dejaron noches memorables junto a un público que poco a poco se fue enamorando del lugar.

Llegar no era tan sencillo como ahora, pero la gente con su silla reposera llegaba caminando, muchas veces, sin saber quién actuaba. El Anfi convocaba. En términos de marketing, este teatro a cielo abierto fue fidelizando a su clientela.

Durante los primeros años de democracia y casi toda la década del ochenta no hubo modificaciones, pero a partir de allí la ciudad comenzó a vivir una era de grandes obras públicas que opacaron su existencia. El Anfiteatro resistió.

En 1993 y conmemorando una fecha muy importante para la agenda internacional española –el quinto centenario del descubrimiento de América, denominación que dio lugar a múltiples y justificados debates–, se colocó la piedra fundamental con la visita de los reyes de España, y finalmente durante la gestión de Héctor Cavallero se inauguró el Centro Cultural del Parque de España (CCPE). Luego llegaría el Heca y también los nuevos edificios que alojaron la administración municipal descentralizada. Con el CCPE llegó el modelo “centro cultural”, heredero de las casas de cultura fundadas por André Malraux en Francia durante la década del sesenta, esta vez de la mano del arquitecto catalán Oriol Bohigas.

El anfiteatro, mudo y paciente, aguardaba su momento. Diría Scalabrini: “Está solo y espera”. Y fue la sociedad rosarina la que llamó la atención de un adormilado Ejecutivo municipal.

Bastó una convocatoria del Sindicato de Músicos de Rosario para visibilizar la situación. Un relevamiento fotográfico motorizó una campaña de colecta de firmas que subió el Anfiteatro a la agenda. Corría por entonces el año 2008 y la gestión de Miguel Lifschitz. Se realizaron reparaciones básicas imprescindibles puesto que  los desagües del parque Urquiza a la avenida Belgrano se habían descalzado, el agua comenzaba a producir desmoronamientos en la barranca y la grada del anfiteatro comenzaba a ceder.

Casi simultáneamente apareció otro rutilante competidor y el Anfi volvió a un cono de sombras: el Puerto de la Música. Pero esta obra no llegó a concretarse. Impericia local y malicia nacional fueron una mezcla insostenible para un proyecto tan excepcional como controvertido. Una pena. Habría sido un compañero ideal para el nacimiento del “Camino de la Música”.

Aunque el proceso no fue lineal. En sucesivas campañas públicas hubo compromisos políticos por parte de miembros del Concejo, entre ellos, el proyecto de la concejala Daniela León del 1º de junio de 2009. El artículo 2º decía: “Encomiéndase al Departamento Ejecutivo Municipal para que a través de la repartición correspondiente lleve adelante en un plazo perentorio de sesenta días contados a partir de la aprobación el presente, las obras de reparación necesarias para el normal funcionamiento del Anfiteatro Municipal Humberto de Nito. Incorporando en las obras la construcción de rampas que permitan el desenvolvimiento autónomo en el mismo por parte de personas que posean algún tipo de discapacidad”.

El expediente no prosperó.

Grau reclamaba una sesión del Concejo en el mismo anfiteatro por ser el originador del proyecto en  los años cincuena, pero su pedido tampoco prosperó. Sus energías ya no eran las mismas y al poco tiempo falleció. El 14 de junio de 2013, por iniciativa del Sindicato de Músicos de Rosario, el Concejo presidido por Miguel Zamarini declaró “Ciudadano Distinguido Post Mortem a don Ricardo Julio Grau”. Tarde, muy tarde. El Anfi, como nunca, quedó elaborando su duelo en soledad.

Nuevas iniciativas desde el Concejo corrieron la misma suerte. Primero fue  Roberto Sukerman (29 de marzo de 2015) proponiendo la creación del Centro Cultural Anfiteatro Municipal Humberto De Nito,  y luego Diego Giuliano (decreto 47318 del 27 de octubre de 2016) quien puso su atención en el pésimo proyecto de bar impulsado por el Ejecutivo (hoy reducido a un montón de escombros).

El año 2015 encontró a los rosarinos con un proceso electoral en ciernes. En ese contexto, el Ejecutivo puso en marcha un plan de obras públicas que incluyó instalaciones dependientes de la Secretaría de Cultura. La vieja guardia de los organismos culturales, antes postergados, cobró notoriedad con importantes inversiones. El Centro Cultural Fontanarrosa, la Escuela de Danzas y Arte Escénico Ernesto Larrechea, la Biblioteca Argentina y el Museo de Bellas Artes Juan B. Castagnino fueron beneficiarios del plan. También fue incluido el Anfiteatro. Comenzó a alumbrar el sol de una nueva etapa.

Se invirtieron trece millones de pesos y las obras, entre infraestructura y equipamientos, fueron las siguientes: ejecución de una cubierta metálica para el escenario con una superficie de 400 metros cuadrados; nuevo cableado y luminarias en las escalinatas de ingreso; reconstrucción de la carpeta de piso en el ingreso del público por avenida Belgrano; remodelación de baños, camarines y oficinas internas; construcción de nuevos baños públicos accesibles; remodelación de escenario; pasarelas de servicio; rampas de accesos de equipos; enrejado perimetral de cerramiento del predio con los portones de acceso correspondiente; habilitación de una nueva puerta privada de ingreso y egreso de artistas.

La democracia tardó treinta y cinco años para asumir la necesidad de esta obra, tan importante como insuficiente. Pero alcanzó para poner al Anfi en la agenda privada, sumando oferta de espectáculos a los ya existentes propios de la programación municipal. Así las cosas, como habiendo recibido una dosis de ginseng, el sueño de don Ricardo Grau, pandemia mediante, se convirtió en la niña bonita del verano rosarino. Gracias a la ventilación provista por el río Paraná, cobijó más de treinta shows entre fines de enero, febrero y marzo. El público lo reconoció con asistencia perfecta, el tiempo acompañó y los protocolos marcaron el ritmo de las noches.

Muchas gracias, Ricardo Julio Grau, ciudadano ilustre, muchas gracias Rosario por todo lo que nos das y pocas veces vemos. Y muchas gracias, Anfiteatro Municipal Humberto De Nito, un modelo rosarino para exportar.

 

(*) Publicado en la ed. impresa #14

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