miércoles, 2 de marzo de 2022

Política cultural y default

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La Capital / Opinión    23 / 08 / 2019

Miradas. La crisis de 2001 mostró la creatividad, el empuje y el compromiso de los rosarinos. Una experiencia que no debe desaprovecharse.

 

Corrían los primeros días de 2002 y luego de las jornadas sangrientas de diciembre que culminaron con la renuncia del presidente Fernando de la Rúa, asumía Eduardo Duhalde la presidencia de la Nación. "La Argentina está quebrada, con un Estado imposibilitado de pagar sueldos y jubilaciones", sostenía el nuevo presidente ante la Asamblea Legislativa. Su ministro de Economía, Jorge Remes Lenicov, definía un paquete de medidas para afrontar los primeros tramos de la crisis: salida de la convertibilidad y devaluación del peso, impuesto especial para los exportadores y las privatizadas, emisión de tres mil millones en bonos Lecops para atender los gastos más urgentes del fisco.

En Rosario la presión social se hacía sentir en las calles a puro cacerolazo y los empleados municipales comenzaban un plan de lucha por el cobro de sueldos y aguinaldo. La espalda del intendente Hermes Binner y la de algunos hombres del Concejo sostuvieron con templanza los cimbronazos de la crisis. Otros, lamentablemente, no estuvieron a la altura esperada.

Binner decretaba un receso administrativo en todo el ámbito municipal hasta el 1° de febrero con el objetivo de reducir el gasto manteniendo guardias mínimas en áreas de salud y promoción social. Para Cultura el cierre abarcó: Granja de la Infancia, Jardín de los Niños, Anfiteatro, museos, Biblioteca Argentina, Centro de la Juventud y centros culturales.

A nivel nacional, acosado por conflictos económicos y judiciales, se dudaba de la realización del Festival de Cosquín. Es que Cosquín no era una isla. Destacaba La Capital en su edición del 14 de enero de 2002: "Desde la defección de Paisajes SA, la empresa de Julio Maharbitz, Norberto Baccón y Palito Ortega que se retiró de la organización del encuentro, la Comisión de Folclore Municipal de Cosquín asumió la responsabilidad de organizarlo con un horizonte poco menos que desolador: el municipio, que respalda la organización, atraviesa la mayor crisis de su historia con deudas por 20 millones de dólares y la totalidad de su parque automotor secuestrado por sus acreedores". Pero en esta catarata desesperante de malas noticias comenzaron a tejerse algunos intercambios porque, como siempre, la sociedad es mucho más que el Estado.

El secretario de Cultura, Marcelo Romeu, inició consultas con productores locales del espectáculo para intentar salvar el histórico ciclo del Anfiteatro Municipal "Rosario bajo las estrellas". Quién tuvo la voluntad de aceptar el desafío fue Guillermo Gotfried, joven empresario local de medios y titular de la productora Sin Red, que acompañado por Loli Boeri comenzó a alinear voluntades y poner la maquinaria en marcha. Finalmente se conoció el nuevo diseño de articulación público-privado que permitió a Rosario salvar parte de la temporada de verano: "El contrato estipula que se ofrecerán seis shows pagos (con entrada) a cargo de la productora, que además solventará los gastos técnicos respectivos: logística, luces y sonido. Por su parte Cultura ofrecerá el personal técnico, el anfiteatro y tendrá derecho a un porcentaje del borderaux. Además, la productora se compromete a dejar instalada toda la estructura técnica de los viernes para ser utilizada los sábados", informaba Orlando Verna en su columna de La Capital del 3 de febrero de 2002. Los artistas bajaron sus cachets y nadie cobró por adelantado.

La entrada, que en épocas normales costaba 20 pesos (o dólares en tiempos de convertibilidad) costaría cinco pesos, ya no convertibles, y algo muy importante: aceptaban Lecops. Los días viernes de febrero y marzo darían su show los grosos: Juan Carlos Baglietto y Lito Vitale, que presentaron disco: "Qué más hacer en esta tierra incendiada sin cantar"; The Beats, León Gieco, Victor Heredia, Alejandro Lerner y Los Palmeras. Los sábados arrancarían, con entrada gratis, La Bonzo Blues Band, Caburo y La Rocanblues y Undercover. Luego sería el turno del tango, el chamamé y otros géneros musicales.

Estuve como público varias de esas noches: fueron maravillosas en medio de tanta angustia. Preparando este trabajo entrevisté a varios de los actores de esta gesta: Guillermo Gotfried, Loli Boeri, Héctor Aguilera, Juan Monfrini, Alejandro Tejeda. Todos tuvieron un magnífico recuerdo.

En enero de 2003 ya la economía manifestaba alguna recuperación, aunque la deuda interna era enorme. Pero aparecía un nuevo drama: el escenario electoral, que para nada ayudó a calmar los espíritus. Volvió el asueto municipal y Cultura bajó las persianas durante enero. El esquema de coproducción se repitió, esta vez con una programación más ambiciosa: Luis Alberto Spinetta, Ratones Paranoicos, Rubén Rada, Argentina Quiere Cantar (Heredia, Gieco y Mercedes Sosa), Luis Salinas y Baglietto-Vitale. Todo, en medio de una discusión entre Binner y Joan Manuel Serrat y la deserción de Mercedes por problemas en su ya deteriorada salud.

Fueron tiempos muy ricos en acciones valientes propias de actores profundamente impresionados por las circunstancias. La actual ministra de Innovación y Cultura provincial, por entonces Coordinadora de Educación Municipal, María de los Ángeles González, en un extenso reportaje de Silvina Dezorzi dejaba algunos conceptos para la reflexión. Sobre la gestión cultural público-privada dijo: "Conviven todo el tiempo, aunque no sé si del modo más articulado. A veces van por caminos paralelos y otras, muy cruzados. Pero recordemos que lo privado no son sólo las grandes empresas: también son privadas la autogestión, las cooperativas, una especie de tercer sector. Y un sistema cultural debe articular esas fuerzas". La entrevista es una pieza para leer completa. Le puso palabras a la crisis y en esto se diferenció del conjunto del funcionariado.

Entiendo que todas las personas mencionadas, más músicos y técnicos participantes, periodistas que intentaron reflejar el momento, funcionarios y hombres y mujeres de gobierno, deben ser reconocidos por su coraje sin especulaciones. Fueron políticas culturales en tiempos de default.

Hoy, gran parte de la dirigencia política sostiene que Argentina, desde el momento en que acudió al FMI, ya está técnicamente en default. Otros piensan que lloverán los dólares que necesitamos para afrontar los compromisos externos. En uno u otro caso, convendría que las autoridades electas tengan a mano un Plan de Emergencia Cultural y convocar a los Boeri, Gotfried y compañía para transmitir esa valiosa experiencia a una generación de gestores culturales poco acostumbrados a semejantes sobresaltos.

 

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