En la ciudad de Santa Fe acaban de recuperarse dos edificios industriales que, en un mismo eje urbano , se incorporan a un sistema de parques y espacios públicos y posicionan, según sus autores, a la capital provinciana como un nuevo destino arquitectónico y cultural .
El Molino Fábrica Cultural y La Redonda, dos viejas estructuras productivas, fueron reconvertidas en ámbitos culturales, a través de un plan de obras que el Gobierno de Santa Fe impulsa mediante la Unidad Provincial Ejecutora de Proyectos Especiales.
El primero de los rescates funcionales se trata de la reforma y ampliación del viejo molino harinero Franchino, cuyo edificio principal, construido en 1894, estuvo muchísimo tiempo abandonado. El conjunto se emplaza en el centro geográfico de la ciudad, sobre el Bulevar Gálvez, a 20 cuadras de la Plaza 25 de Mayo.
La segunda obra es La Redonda, una construcción semicircular que antiguamente operaba como plaza de maniobras del ferrocarril y taller para las locomotoras. Está ubicada un tanto alejada del centro hacia el norte, dentro del Parque Federal.
Explica la arquitecta Silvana Codina, integrante del equipo de proyecto, que se trata de “dos estructuras industriales que, antes de la intervención, habían quedado como un símbolo muerto de lo que alguna vez fue la potencia del trabajo y la producción en la ciudad de Santa Fe”. Ahora recuperadas, según Codina, recomponen el mismo eje que anteriormente trazaba la vía del ferrocarril; y por la que entraban y salían insumos como el trigo.
Cuenta la proyectista que, al iniciarse la actual gestión provincial, El Molino ya era propiedad del gobierno y tenía además fijado un destino cultural, aunque no un programa. ¿Qué hacer ahí dentro?, fue entonces la pregunta.
Surgió así la propuesta de crear una fábrica cultural : “una especie de laboratorio de materiales donde pudiera acercarse la gente con ganas de trabajar e investigar en el uso del papel, la madera, la cerámica, etc”, describe la arquitecta. Además, se buscó a generar un espacio para la creación, realización y exhibición de bienes culturales y artísticos. “Como una Bauhaus, aunque en otro momento”, define; y explica que la idea fue tratar de aportar conocimiento y ayudar a la gente a organizarse para aprovechar esos materiales en la producción de objetos cotidianos y con marca de origen.
A partir de esa idea, se dividió al predio en tres espacios: un edificio para la producción (el antiguo molino), otro bloque existente para la exposición; y entre ellos se generó un paseo para que confluyan ambas acciones.
Codina describe al edificio del viejo molino harinero como “un espacio con una cantidad de situaciones espaciales riquísimas, como dobles y triples alturas, escaleras helicoidales y tolvas que antes recogían la distintas materias primas y hoy tamizan la luz”. Todos estos aspectos determinaron que, en este bloque, la intervención fuese mínima : de limpieza, organización y recuperación de su piel y su estructura. “El edificio es el maestro, deja de serlo el arquitecto y es el edificio el que indica cómo se trabaja”, fundamenta la arquitecta.
El segundo bloque es una construcción de menor antigüedad y que, según detalla Codina, “demandó una mayor intervención arquitectónica para su adecuación funcional y consolidación”.
En este bloque se trabajaron losas y plantas libres vinculadas por una generosa escalera. Por fuera se empleó una piel de vidrio para que sobre ella se reflejara la riqueza del edificio contiguo y la del espacio público que los articula.
El nexo, descripto por la proyectista como una de los aspectos más sobresalientes y originales de la obra, es una calle interior que se emplaza entre los dos cuerpos edilicios principales. Lo interesante es que su trayecto está cubierto por los denominados “paraguas de Amancio Williams”, bóvedas cáscara con forma de paraboloide hiperbólico, sobre altas columnas, ideadas por el genial arquitecto (ver Como cáscaras ...
pág. 15) Con 25 m de ancho, esta calle se constituye en un paseo abierto al que los paraguas cubren sin encerrar, generando un cambio de clima; no sólo en el sentido espacial, sino también en el ambiental, ya que generan sombra y sus superficies curvas favorecen la conducción del aire, generándose brisas.
Para la arquitecta, “las 13 bóvedas, de 9 x 9 m y 14 m de altura, se integran eficazmente a los árboles del Bulevar Gálvez y, como un proa, señalan el norte del interior provincial, en una franca referencia simbólica”.
En el interior del bloque con piel de vidrio, la escalera se ubicó en forma contigua a la fachada. Así, al ascender, se tienen distintas vistas de esa especie de “bosque” de bóvedas cáscaras. “Incluso se llega hasta un punto en que se tiene la sensación de estar viendo el mar”, describe Codina.
Por su parte, el recuperado edificio de La Redonda es una estructura semicircular de 8 mil metros cuadrados de superficie y 120 m de diámetro. Luego de largos años de abandono, la intervención a las deterioradas instalaciones ferroviarias previó la puesta en valor y rehabilitación funcional del edificio y sus espacios abiertos circundantes; para convertir al conjunto en un espacio para muestras de arte.“Es un espacio cultural nuevo, no el traslado de un museo”, dice Codina.
Las obras incluyeron la reconstrucción de techos, la refacción de paredes interiores y restauración de paredes exteriores de ladrillo a la vista. También, el cierre de vanos con carpinterías de aluminio y vidrios de seguridad.
Programáticamente, su planta en forma de “Y” , ya exhibe las obras de dos artistas emblemáticos de Santa Fe.
Una de las alas alberga toda la obra la obra muralística del artista César López Claro, que fue donada por su viuda y que, hasta el momento, estaba en el depósito de otro museo, sin exhibir.
En una referencia al tamaño de los murales y a la espacialidad del lugar, Codina acota: “El espacio estaba esperando a la obra, y la obra al espacio; un encuentro en el que operó la escala”. Otra de las alas de La Redonda alberga toda la obra escultórica de Roberto Javaretto Forner.
Cuenta la arquitecta que, para completar la intervención urbanística, está planeado un tren que recorra las 12 cuadras que separan una obra de la otra, “para recuperar, como un paseo, esa vía que simboliza la unión del norte profundo con las ciudad”.
Sin dudas, El Molino y La Redonda, esta última en el contexto de la intervención integral del Parque Federal, son las grandes obras culturales del Bicentenario, previstas en el plan de “recapitalización” de la ciudad de Santa Fe.
Dos estructuras originadas hace más de un siglo que fueron sinónimo de progreso en la ciudad y ahora se recuperan para el uso público.
PorDANIEL MOYA
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